Hernán Lanvers es médico, escritor, profesor, aventurero, lector empedernido y, sobre todo, un apasionado del continente negro. Autor de cinco exitosas novelas históricas ambientadas en África, el cordobés best seller pasó por la Feria del Libro del Instituto Milenio Villa Allende y habló sobre el origen de sus libros y la importancia de la lectura para los más jóvenes.
Por Lucía Argüello | luciaarguello@elmilenio.info
De remera clara y camisa mangas cortas desprendida, pantalones beige con muchos bolsillos, mochila baqueteada y zapatillas de montañismo, a Hernán Lanvers sólo le falta el sombrero para pasar por un explorador a punto de internarse en tierras desconocidas. Por una vez, las apariencias no engañan: Lanvers, con 55 años, es un auténtico aventurero del siglo XXI que ha recorrido los rincones profundos del más salvaje de los continentes: África.
Nacido en Córdoba en 1963, pasó su infancia en Comodoro Rivadavia (Chubut), “la más africana de las ciudades argentinas”. Se recibió de médico cirujano, pero nunca ejerció la profesión, dedicándose en cambio a dar clases particulares, hasta que fundó su propio instituto de preparación para estudiantes de medicina.
Hace algunos años, decidió viajar por primera vez al continente negro, escenario de sus fantasías de toda la vida. Tras unas cuantas idas y vueltas, después de escalar los picos más altos de África (el Kilimanjaro y el Monte Kenia) y de convivir con tribus nativas, la idea de escribir un libro se instaló en su cabeza.
“Yo había leído mucho a Rider Haggard y a Wilbur Smith y se me ocurrió pensar si podría escribir un relato como los de ellos. Un día me senté con un cuaderno y arranqué nomás”, contó Lanvers. Así nació “África”, una saga de novelas históricas de aventuras ambientadas en el siglo XIX cuyos cinco volúmenes se venden en 40 países y sólo en Argentina tienen más de 400.000 seguidores.
El Milenio: ¿Cómo empezó tu pasión por África?
Hernán Lanvers: De chico viví en la que se podría decir que es la más africana de las ciudades argentinas: Comodoro Rivadavia, lugar que en 1900 recibió 600 inmigrantes afrikáners, blancos descendientes de holandeses de las repúblicas Boers a quienes el gobierno argentino les había dado 60 hectáreas para formar sus estancias.
Estos inmigrantes sudafricanos llegaron trayendo su idioma, su cultura y hasta sus esclavos zulúes, e incluso fueron mayoría entre la población local durante un tiempo. Yo me crié con los nietos de esos hombres que habían librado guerras contra los zulúes y los xhosas y que habían tenido que matar leones o leopardos para evitar que atacaran su ganado.
En mi escuela primaria había más compañeros con apellidos como Van Den Berg, Botha o Van Der Marwe que González. Pronto me encontré escuchando historias que hablaban de batallas de fusiles y cañones contra lanzas y escudos o de cacerías de elefantes, así que comencé entusiasmarme con África y a leer más y más sobre ese continente.}
EM: ¿Cómo viajaste allá por primera vez? ¿Qué te motivó a volver tantas veces?
HL: La primera vez que fui, terminé en Egipto después de haber atravesado Europa y Medio Oriente. Allí, de pronto, se me acabó el dinero. Tenía tantas ganas de viajar que lo hice hasta que no me quedó nada. Como si uno agarrara el auto, llenara el tanque y se lanzara a conocer la Patagonia, manejando hasta quedarse sin combustible. Me acuerdo que tuve que pedir que me pagaran el pasaje de vuelta desde Argentina.
África me fascinó, al punto que volví dieciséis veces más. Desde que llegás, sentís que te estás zambullendo en la prehistoria. Podés encontrarte con animales efectivamente prehistóricos, como el rinoceronte, el elefante o el cocodrilo, un verdadero dinosaurio viviente, que puede pesar mil kilos y medir siete metros y que aún gobierna a su antojo los ríos de todo el continente.
Sólo en África podés encontrar etnias viviendo en la Edad de Piedra como los Bosquimanos, los pigmeos del Desierto de Kalahari, que viven y cazan como hace siete mil años, o los Gallas de Etiopía, que tienen como ritual cortarles los genitales a los extranjeros cuando van sin guía y colgarlos como trofeos en sus chozas, o los masáis, los Cazadores de Leones, que a los dieciocho años deben salir a la estepa armados de escudo y lanza para matar a su primer león.
Allí todavía se puede ver, como si no hubiera pasado el tiempo, piratas en la costa de Somalia, vendedores de esclavos en Libia o la más increíble caída de agua del mundo, las Cataratas Victoria, con sus aguas recorridas por elefantes e hipopótamos como en el comienzo de los tiempos.
África es el último santuario, el último refugio que hoy les queda a quienes buscan, a quienes persiguen la más auténtica de las aventuras, esa que, a veces, también te puede costar la vida.
EM: ¿Cambió tu vida el hecho de convertirte en un escritor best seller?
HL: He tratado que no cambie mucho. Un escritor best seller, si realmente desea triunfar, debe irse a vivir a Buenos Aires, que es donde hacen entrevistas los medios. Y si puede, a Barcelona, la capital del mundo editorial en español.
Pero yo nací en Córdoba. Estoy bien acá y no me pienso ir. Por lo demás, traté que mi vida siga igual: tengo un instituto de preparación de ingreso a medicina en Plaza España y el resto de mi rutina intento que sea la de siempre. Escribo lunes, miércoles y viernes (a veces los sábados también) tres o cuatro horas, por la tarde.
EM: Tus libros impactan desde la primera página y en algunas ocasiones has manifestado que “escribís para entretener”. ¿Qué te hace sostener esa postura?
HL: Odio los libros pesados, esos de los que te dicen “tenés que pasar las primeras cincuenta páginas, que son pesadas, y después se pone bueno”. No, ¿por qué tengo que aguantar cincuenta páginas pesadas? Prefiero agarrar otro libro que me entretenga e impacte desde la primera página y, si se puede, que me guste desde el primer renglón.
EM: ¿Te definís como escritor? De no ser así, ¿cómo te definirías?
HL: Más bien soy un lector que se transformó, de casualidad, en novelista, en autor de novelas históricas ambientadas en África.
EM: Es sabido que sos un gran admirador de Wilbur Smith, ¿qué sentiste al conocerle personalmente?
HL: Él es, como todos los números uno en cualquier actividad, más humilde que nadie. Amable, inteligente y con una eterna sonrisa, es el escritor más sencillo que he conocido. Por suerte me he mantenido en contacto con él.
EM: Por último, ¿podrías adelantarnos algo del sexto libro de la saga?
HL: No. No es que me haga el misterioso, sino que de los libros hay que hablar cuando ya están hechos. Y este se va a demorar bastante porque hace un par de años que estoy con un proyecto de promoción de la lectura, dando charlas en colegios, facultades, bibliotecas y escuelas rurales, lo cual me lleva tiempo.
Creo que este país necesita más tener nuevos lectores que un nuevo libro mío.
Actualmente el 46% de los estudiantes del último año del secundario, según estadísticas, no entiende un texto complejo cuando lo lee, y eso se mejora fomentando la lectura. Es algo realmente importante. Después de todo, si alguien busca un buen libro sobre África, siempre podrá leer alguna de las cuarenta y dos novelas que ha escrito el inigualable Wilbur Smith.
Ping pong con Hernán Lanvers
Lugar en el mundo: Córdoba.
Color: Verde.
Animal: León.
Libro: “Cuando comen los leones” (Wilbur Smith).
Comida: Milanesas con papas fritas y dos huevos.